¡Yo, maestra de esquí!

UteEnseñar en grupo un deporte individual: el curso de esquí alpino
 

La ebriedad del esquí alpino me conquistó enseguida. Según fuentes seguras (mi madre), ya a los tres años pedí los esquí y enseguida los usé, pero siendo niña no hice ningún curso de esquí.

Lo que aún me fascina más que nada es el control de la velocidad y la técnica sobre la nieve en diversas condiciones y en distintos ambientes, el experimentar la naturaleza y el hecho que las condiciones varían todos los días. Ningún deporte ni gimnasio ofrece tantas variantes.

Sol resplandeciente, -5 grados, nieve fresca, pista libre, el material justo, alta velocidad, bajar rápidamente son para mí lo más hermoso que pueda existir. Pero también el resto está conectado con el esquí: esquiar sobre nieve profunda, pistas con desniveles, esquiar con la técnica telemark, hacer snowboard me gusta muchísimo.

Desde hace aproximadamente ocho años que trato de transmitir precisamente estos sentimientos a otras personas.

En los comienzos daba lecciones a niños de asociaciones de esquí locales, en verdad sólo porque ningún otro quería hacerlo. Para mí eran más importante el entrenamiento personal y las competencias de esquí. El pedido de lecciones de esquí aumentaba cada vez más y esto ponía en tele de juicio la calidad de mi enseñanza: para tener bajo control a la horda de “neonatos” sobre la nieve no basta saber esquiar bien.

Después de haberme diplomado de maestra de esquí llegó mi primer día de trabajo con muchas y nuevas situaciones para las que no estaba preparada. ¿Cómo lograr mantener la moral alta a los 10 principiantes durante una tormenta de nieve? ¿Cómo hacerle entender a un niño testarudo de tres años, que debe frenar? Ser maestra de esquí significaba tener un trabajo muy variado. A la mañana enseñaba en una escuela de esquí comercial a 12 niños de tres a seis años y por la tarde daba lecciones privadas e individuales a adultos de todas la edades y con diversas capacidades. Algunos se inscribían en cursos de grupo de una semana, otros participaban sólo a una lección, lo que significaba cambiar continuamente de un idioma a otro, relaciones distintas respecto de las personas y del grupo.

En el esquí-club trabajo en vez con un grupo que se entrena para las competencias de esquí. Durante meses y meses estamos siempre juntos. Como maestra de esquí conozco sus puntos fuertes y sus puntos débiles y veo sus progresos. Las cosas que aprenden deben ser acordadas con cada uno en previsión de su desarrollo en el esquí durante los años siguientes.

Hacer esquí es un deporte al aire libre en el que las condiciones cambian todos los días. Cambios bruscos de temperatura modifican el estado de la nieve, la luz y las condiciones meteorológicas influeyen sobre las personas. Mi manera de enseñar debe adaptarse de acuerdo a la lluvia o al sol, a una tormenta, a menos de -25 grados o a más de 15 grados. El maestro de esquí es siempre el último que va a secar sus ropas mojadas.

Enseñar a esquiar significa para mí, antes que nada crear una relación personal para poder tomar lo que va más allá de la técnica del esquí. El alumno… ¿tiene miedo, está feliz, quiere simplemente poder esquiar o quiere ser perfecto?

Generalmente, quienes participan del curso no se conocen y por lo tanto el primer deber del maestro de esquí es crear relaciones entre los participantes y de éstos con él.

Los participantes se encuentras muchas veces en un mismo nivel, tienen los mismos objetivos; se crea una espontánea comunión de intereses. Para aprender algo nuevo el alumno debe superarse, experimentar nuevos movimientos, tener el coraje de arriesgar. Un grupo que funciona, que da confianza – incluido el maestro de esquí- que lo acompaña, lo sostiene, le da coraje, crea una red emocional en la que es lícito en todos los niveles ejercitar y experimentar.

Cuando el maestro comprende cuáles son los puntos débiles de cada uno, puede tenerlos en cuentra para la dinámica del grupo. Tal vez la muchacha tímida, pero que usa con desenvoltura la instalación para la subida es la persona que puede servir como ejemplo: “Pídanle a María, porque ella logra hacerlo. Obsérvenla: ella lo hace especialmente bien.”

Con frecuencia, en el grupo, uno motiva al otro y así se divierten con lo que están haciendo: así se aprende más fácil e intensamente.

En líneas generales en un grupo temporáneo se enfrentan varias fases, durante las cuales el maestro puede intervenir de manera organizada: la llegada, el conocerse, encontrar el propio lugar en el grupo, crear sentimientos de un “nosotros-colectivo”, la alegría de aprender. Se crea un clima de confianza recíproca y se aprende mejor. Se puede así hacer un balance de los resultados, gozar de los éxitos.

Los niños aprenden de manera especial a través de la observación y la imitación:”Mirencomo hago yo y aprendan ustedes”.” Y no aprenden solamente del maestro de esquí., sino también de los otros niños.

Desde los 9, 12 años en adelante quieren saber, por qué haces determinada cosa: “ves, se haces así, hagamos así, porque…”

En vez los adultos primero quieren comprender la teoría y luego probar el movimiento. Por esto es conveniente organizar los cursos no solamente según las capacidades, sino también de acuerdo a la edades.

A veces se necesita solamente la fantasía. ¿Qué hago con un grupo de jóvenes deportistas en la niebla más espesa? Esquiar lentamente sería demasiado aburrido, por lo tanto quien tiene la ropa con colores más vivos va al final de la cola y avisa si falta alguno. Si esto no basta deben cantar el “banana-song”, donde cada uno tiene su parte; cuando falta alguno nos detenemos, y nos esperamos, esperamos o comenzamos a buscarlo.

Hay niños que al inicio lo gran sólo realizar curvas en una dirección, mientras que hacia el otro lado no lo pueden hacer. Es extraño, pero a veces puede ayudarlos se entran con una “jodler” en la curva difícil. Los otros esquiadores podrán estar entretenidos o irritados, pero si es de ayuda al niño, se puede seguir de esta manera.

Muchas veces se conoce sólo el nombre del aluno de esquí, a veces llego a conocer su profesión y me pregunto si le debo enseñar de manera distinta a un pianista o que a un sacerdote, a un industrial que a un abogado. Según mi criterio no hay diferencia, porque para mí es importante ser para cada persona una llave de acceso al deporte, facilitarle el camino con mis conocimientos.

Este año estuve durante una semana con un grupo de 25 personas esquiando en Abruzzo. Entre ellas había un conocimiento recíproco y era como estar en una gran familia, donde cada uno cumplía y compartía diversas tareas tarea: cocinar, ordenar, festejar, jugar.

Doce de ellos eran totalmente principiantes. Me parecía casi imposible enseñarles a todos al mismo tiempo, el grupo era demasiado grande y la diferencia de edad iba de los 12 a los 27 años, demasiadas diferencias. Sin embargo funcionó, ninguno quedó fuera y al final todos lograban esquiar seguros y veloces a lo largo de la pista. En este grupo se hacia particularmente evidente que las personas se ayudaban unas a otras, que posponían el propio éxito, porque a ellos les importaba que todos aprendieran. Los más grandes hicieron los ejercicios de los más jóvenes y éstos colaboraron sin pedir pausas especiales. Ninguno de ellos aprendió menos que otros.

Pude constatar esta vez que si los miembros de un grupo no sólo se adaptan a la nueva situación, sino que entran incondicionalmente en relación con los otros, entonces son posibles grandes éxitos, tanto en la práctica de deportes como en las relaciones personales.


Ute Kulzinger
  instructor de esquí alpino, AugsburgoAlemania