¿ES POSIBLE LA FRATERNIDAD EN EL DEPORTE?*

 

¿ES POSIBLE LA FRATERNIDAD EN EL DEPORTE?*

UNA IDEA UNIVERSAL: LA FRATERNIDAD

Queremos empezar nuestra reflexión con un trozo de Chiara Lubich dirigido a un Congreso de alcaldes latinoamericanos, un trozo con un fuerte sabor profético y, al mismo tiempo, muy concreto: “Las fuertes contradicciones que marcan nuestra época necesitan de un punto de orientación que tenga la misma fuerza de penetración y la misma incisividad, con categorías de pensamiento y de acción capaces de involucrar a las personas singularmente y como pueblo con sus estructuras económicas, sociales y políticas. Hay una idea universal, que ya ha sido puesta en práctica y que se está revelando como capaz de responder a este desafío de nuestra época: la fraternidad universal” 1.

Proponer la fraternidad universal como categoría de pensamiento y de acción, como modelo de referencia para la cultura y, en nuestro caso, para la cultura deportiva es, primero que todo, una invitación a una reflexión seria sobre el principio de fraternidad.

El concepto de fraternidad que encarna esencialmente, a juicio de los franceses, el polo afectivo del “uniforme” republicano, no se puede reducir a una sola dimensión. La fraternidad ya sea por su carácter central en la vida y en el pensamiento político moderno como por su carácter amplio y delicado, merece, sin duda, una aproximación multidisciplinaria. En efecto, ésta no es sólo una noción política, sino más bien un principio, un sentimiento ideal, algo que encierra un valor cercano a lo sagrado y, al mismo tiempo, un vehículo del derecho y de las instituciones.

Ciertamente, la palabra fraternidad suscita en nosotros reacciones muy diversas. Positivas, si ésta se coloca en el contexto de las relaciones familiares donde se percibe como sinónimo de apoyo, de proximidad, de compartir, de calor afectivo. Reacciones que como mínimo nos dejan perplejos, si la fraternidad se sitúa en el ámbito público, donde al máximo entrevemos la solidaridad como un principio que sirve de nexo para las relaciones sociales. Aún más, se puede llegar a sentir desconfianza si la fraternidad se coloca al lado, por ejemplo, del complejo mundo de la economía.

¿Y junto al deporte? Sabemos cuánto el concepto de fraternidad, entendido como sinónimo de diálogo, amistad, paz, haya estado siempre presente en la cultura del deporte, como un resultado de la misma práctica deportiva. A nivel deportivo institucional, la paz es con frecuencia reivindicada como una conquista posible solo a través del deporte allí donde, se afirma, hasta ahora han fracasado la religión y la política. Al deporte se le atribuye la capacidad de desarrollar las relaciones sociales 2, de ser factor de comprensión internacional e instrumento de paz3, de ser “componente esencial de nuestra sociedad”4, capaz de transmitir “todas las reglas esenciales de nuestra sociedad”5, capaz de transmitir “todas las reglas fundamentales de la vida social” y portador de valores educativos fundamentales como “la tolerancia, el espíritu de equipo, la lealtad”6.

El 3 de abril de 2006, justamente en el momento en el que se debía presentar un balance del Año Internacional del Deporte y de la Educación Física, promovido por la ONU en el 2005, Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, afirmó: “El deporte tiene que convertirse en un instrumento esencial para alcanzar los objetivos del desarrollo del mundo”7. Y Adolf Ogi, consejero especial para el deporte, añadió: “El deporte es un instrumento vital para construir un mundo mejor. Deseamos ciudadanos que tengan una buena salud y que en todos los continentes, sean bien instruidos. Deseamos el desarrollo y deseamos la paz. Podemos realizar estos objetivos con el deporte”8.

Por tanto, la práctica deportiva exige que se le asocie con la imagen de un instrumento de encuentro, de amistad, de paz, de fraternidad. Pero, ¿con qué real convicción, con qué peso? Antes de responder a esta pregunta tratemos, brevemente, de reflexionar en términos más generales sobre el concepto de fraternidad.

EL PRINCIPIO DE FRATERNIDAD: VALOR RELIGIOSO Y VALOR LAICO

El principio de fraternidad tiene un valor religioso-moral y uno laico-natural y en este contexto que es verdaderamente global, vemos que sea coherente y deseable una mayor comprensión y un mayor diálogo entre la cultura laica y religiosa para buscar elementos comunes –como la fraternidad-, en vistas de un objetivo para alcanzar.

En todas las grandes religiones –con distintos matices y en los más variados contextos-, la fraternidad está presente como el objetivo de las relaciones entre los seres humanos, como elemento que permite edificar una convivencia sana y pacífica. Pero, es seguramente con el cristianismo que la fraternidad asume un valor universal. Va más allá de los vínculos de sangre y amistad para convertirse en fundamento de la convivencia humana. Por tanto, no se trata sólo de una virtud vinculada con un comportamiento, sino de un concepto que exige una fundamentación ontológica, propia del ser. Jesús nos la presenta cuando habla de la paternidad universal de Dios sobre todos los hombres: por tanto, ya todos, sin distinción, son hijos del mismo Padre; todos, sin distinción, son hermanos entre sí. Esta afirmación del hombre de Nazareth injerta en la historia un principio innovador y revolucionario: derriba los muros que separan a los “iguales” de los “distintos”; a los amigos de los enemigos; a los compatriotas de los extranjeros; a los hombres de las mujeres y, de esta manera, libera a todos los hombres de toda relación injusta o sencillamente indiferente y los invita a todos a componer una nueva convivencia existencial, social, cultural, política.

Desde entonces, los gérmenes del principio de fraternidad empiezan a florecer y a penetrar la historia. La historia de la fraternidad es fascinante, en su camino ha tenido momentos de éxito, pero también de fracaso y fuertes traiciones, incluso en el ámbito religioso.

Entre los momentos luminosos, ¿cómo no pensar e la fraternidad monástica que en la Europa de los siglos V y VI con Benito di Norcia que crea una red de centros espirituales, económicos y culturales al rededor de los cuales renació Europa? “Ora et labora” es el lema benedictino che conforma la fraternidad de los contemplativos con los trabajadores de la tierra. Más tarde, en el medioevo, florece la fraternidad mendicante. La vida consagrada deja los monasterios para ir a los pueblos y a las ciudades medievales. “Hermanos entre los hermanos” es el nuevo ideal evangélico del que Francisco de Asís es el tipo, ícono y modelo insuperable. El “pobrecito” funda su comunidad en la fraternidad que se extiende a todos los pobres, leprosos, marginados, pero también a los señores, a los eclesiásticos, a los lejanos como los musulmanes, hasta involucrarlos en este abrazo universal a todas las criaturas de Dios9. Y, cómo no pensar en el nuevo mundo que se asoma al conocimiento de los pueblos, en las Reducciones de los jesuitas en el Cono Sur de América Latina, verdadero ejemplo de fraternidad con los indios, base para el encuentro cultural en la obra de evangelización, de rescate y de crecimiento económico.

Entre los fracasos y las traiciones en relación con la fraternidad se nos presenta la dificultad de elegir: basta con recordar las guerras de religiones en Europa con sus consecuencias de sufrimiento y de muerte, las cruzadas en el Medio Oriente, el saqueo colonial de Afrecha.

Sin embargo y, a pesar de todo esto, el horizonte religioso ofrece a la actual sociedad compleja y globalizada, una fraternidad vital, capaz de entrar en los aconteceres cotidianos. El hindú Ghandi enseñaba: “Mi misión no es únicamente la fraternidad de la humanidad hindú. Sino que, por medio de la liberación de India, espero realizar y desarrollar la labor de la fraternidad de los hombres”10.

En el libro sagrado de los musulmanes, el Corán, está escrito: “Cada ser humano es semejante a sus símiles y, por esto, la humanidad forma una comunidad fraterna al servicio del creador, el compasivo, el Señor del Universo”.

En especial, la perspectiva cristiana subraya, en modo sustancial, que la cualidad primaria de la fraternidad es la universalidad. Esto significa que hay que extender las relaciones fraternales más allá de las relaciones de parentesco y de los vínculos familiares para llegar a abrazar a todos los seres humanos, hombres y mujeres; ciudadanos y extranjeros; de mi raza o de otras; de cualquier patria, etnia o religión, considerándolos y acogiéndolos como a un hermano, a una hermana. El desafío es de concretar, en la historia, lo que es un signo de nuestra humanidad. Martín Luther King, hombre político, defensor de los derechos de sus hermanos negros, había comprendido a fondo esta enseñanza y así lo expresó: “Tengo el sueño de que un día los hombres se darán cuenta de que fueron creados para vivir juntos como hermanos y que la fraternidad se convertirá en el orden del día de un hombre de negocios y la palabra de orden del gobernante”11.

El Concilio Vaticano II, en la Gaiudium et Spes, el documento que trata de las relaciones entre la Iglesia y el mundo contemporáneo, retoma esta convicción y ofrece a los hombres de hoy su contribución específica para solucionar los desafíos con los que debemos enfrentarnos: “Dios, que tiene un cuidado paternal de todos, quiso que los hombres formaran una sola familia y se trataran entre ellos con espíritu fraternal”12. Como consecuencia, para la Iglesia se convierte en un compromiso el ofrecer a la humanidad “la colaboración sincera a fin de establecer aquella fraternidad universal que corresponde a la vocación del hombre”13.

La fraternidad emerge en la modernidad, como ya mencionamos, en su valor laico como categoría social y poética en la tríada de la revolución francesa: “Liberté, égalité, fraternité”. Sabemos que, con el tiempo, el tercer elemento de ésta se fue perdiendo. La lectura ideológica de los tres elementos dio vida a una mediación histórica variada y en contraste –a veces áspero y conflictivo- entre ellos. Por largos siglos, el destino de la fraternidad fue muy pobre, afortunadamente la misma historia se encargó de darle razón. El sociólogo Sabino Palumbieri escribió en un bello ensayo: “El elemento básico del trinomio, en el plano de la garantía vital, es la fraternidad. El elemento condicionante es la libertad como capacidad de promover la del otro. El elemento verificante es la aplicación universal”14.

En la vertiente laica, la fraternidad fue acogida en el máximo documento político de la época moderna, la Declaración de los Derechos del hombre de las Naciones Unidas: “Todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Estos están dotados de razón y de conciencia y tienen que actuar con los demás con espíritu de fraternidad”15.

El constitucionalista italiano Filippo Pizzolato, de la Universidad de Milán-Bicocca, afirmó: “La fraternidad expresa mejor que cualquier otro concepto la idea de una solidaridad, que no se añade a continuación y desde lo externo a la libertad, sino que es una dimensión orientadora y constitutiva. La fraternidad modula la expansión de los derechos, garantizando que esto sucede siempre en coherencia con el bien común, es decir, custodiando la cohesión social”16. “La fraternidad es el término con el que, sintéticamente, podemos expresar la relación entre los derechos y los deberes, entre la libertad y la responsabilidad”17.

Chiara Lubich escribía: “la fraternidad es la que puede hacer florecer proyectos y acciones en el complejo tejido político, económico, cultural y social de nuestro mundo. La fraternidad es la que logra sacar del aislamiento y la que abre la puerta del desarrollo a los pueblos que aún están excluidos. La fraternidad es la que indica cómo resolver pacíficamente las desidias y que relega la guerra a los libros de historia. Es por la fraternidad vivida que se puede soñar e incluso esperar en una especie de comunión de bienes entre Países ricos y pobres, dado que el escandaloso desequilibrio hoy existente en el mundo, es una de las causas principales del terrorismo. La profunda necesidad de paz que la humanidad de hoy expresa, nos dice que la fraternidad no es solo un valor, ni es sólo un método, sino que es un paradigma global de desarrollo político. Por este motivo, un mundo cada vez más interdependiente necesita políticos, empresarios, intelectuales, artistas (y nosotros añadiríamos de deportistas) que pongan la fraternidad, instrumento de unidad, en el centro de su actuar y de su pensar”18.

La elección del diálogo, con todos los riesgos que comporta, puede llevar, a través de la “fecundación recíproca”19, a un desarrollo cultural capaz de resistir el impacto de la globalización pasando de la multiculturalidad a la interculturalidad20. En un “manifiesto” publicado recientemente, bajo el título Diversidad en la unidad20 se afirma que es necesario salir de dos lógicas en contraposición y ambas equivocadas por buscar otra: por una parte, está la imagen de la olla (la asimilación del allanamiento), donde todas las identidades se funden; y por la otra, la de la ensalada de frutas (el multiculturalismo ilimitado que dispersa), donde las partes sencillamente se yuxtaponen. Se propone la metáfora del mosaico, donde todos los carnés son únicos e insustituibles, a pesar de estar circunscritos al mismo cuadro.

El cambio epocal que los tiempos exigen –estamos convencidos- tiene que partir de una nueva cultura, de una mirada a la realidad, de una reflexión que tenga el valor de incorporar en el marco conceptual, ideas y categorías nuevas o mejor renovadas por nuestra experiencia y por nuestra creatividad: la fraternidad entendida no sólo como un comportamiento virtuoso, ético, sino como una categoría conceptual, como paradigma científico que pueda penetrar el discurso conceptual, también el campo deportivo.

Pensamos que la fraternidad hoy no sólo pueda encontrar un espacio, sino que se imponga como una necesidad para llevar a la maduración de una sociedad más humana, menos conflictual y problemática, que se caracterice por relaciones incluyentes, positivas, creativas. Por tanto, la fraternidad es un ideal actual que hay que presentar. Pero, ¿hoy en día, existen señales de fraternidad en las vivencias de los pueblos? ¿Puede ser la fraternidad y no el “choque de civilizaciones”, como ha sido profetizado en forma angustiosa por Samuel Huntington, el camino de salida del estado de terror y de ansiedad en el que vivimos? ¿Se puede pensar que el deporte ha sido exonerado del tener que tomar posiciones y de dar su propia contribución?

EL CONTEXTO CULTURAL DEPORTIVO

La actividad deportiva es un exigente y confiable campo de experimentación de la real capacidad y voluntad e contribuir al desarrollo integral de la persona humana y a la construcción de la fraternidad. El deporte está profundamente entrelazado con la realidad que nos circunda. Por esto, en éste vivimos y experimentamos las contradicciones de hoy: la espectacularización exagerada, la cotidianidad, el doping, el racismo y la violencia. “En el deporte se encuentran todos los aspectos de la realidad –afirma Bernard Jeu-: la estética (porque el deporte se observa), la técnica (porque el deporte se aprende), el comercio (porque el deporte se vende bien y permite hacer buenos negocios), la política (el deporte es la exaltación del lugar, de la ciudad y, al mismo tiempo, de la superación de las fronteras), de la medicina (el deporte implica el ejercicio del cuerpo), el derecho (sin la universalidad de las reglas la competencia no es posible), la religión (el deporte se encuentra en sus orígenes, pero se presenta también –al menos así se dice- como una religión de los tiempos modernos”22. Era el deseo de Coubertin23 que atribuía al atletismo la capacidad de introducir tres características nuevas y vitales en las situaciones del mundo: democracia, internacionalidad y pacifismo 24.

Por un lado, en el siglo XX el deporte representó un símbolo de los valores de la sociedad industrial, con la puesta en escena del progreso a través de la preparación racional de actividades cada vez más elevadas (el deporte competitivo y profesional), por otro lado, un instrumento de educación del físico capaz de producir en los ciudadanos un cuerpo eficiente, controlado, dócil, hábil para ocuparse adecuadamente del propio rol social (función pedagógica reproductiva de la fuerza laboral), pero también liberado de las propias tensiones que lo han inducido a tener comportamientos agresivos y antisociales (función catársica)25.

A partir de los años 50, el universo deportivo se abrió progresivamente al mercado y, simultáneamente, especialmente en los últimos decenios, vio nacer formas deportivas muy sugestivas, fuera de los circuitos organizados (difundiendo así la idea del deporte para todos, como experiencia de libertad, de evasión, de cultivación de inclinaciones y pasiones) y la idea del culto estético del cuerpo, una atención a su forma como componente esencial del “sentirse bien consigo mismo”.

El panorama deportivo de hoy es pluralista y abierto, por lo que junto al deporte competitivo tradicional se han afirmado prácticas deportivas con finalidades distintas a la competición26: finalidades de tipo instrumental (el deporte como instrumento para obtener el desarrollo de cualidades de tipo expresivo), el deporte como lugar de experimentación de sensaciones y emociones (que nos alejan de la rutina de vida cotidiana y dan una gratificación física directa), finalidades de entretenimiento y de espectacularización (el deporte entra en el mercado de la diversión y del consumo de productos y espectáculos).

Transversalmente a estas finalidades, se pueden individualizar hoy tres tipos de deportistas27. El deportista “decoubertiniano”, que reflexiona sobre la ética competitiva ganadora del deporte moderno, representa una minoría, pero es objeto de interés de los medios de comunicación mundial y, con frecuencia, lo presentan como modelo social. El deportista “como estilo de vida”, producto de una visión del deporte para todos, fuente de bienestar físico, ha adoptado el deporte como estilo de vida cotidiano, no participa en competencias y descubre siempre nuevas formas de participación en las actividades físicas: la diversión, la salud y el sentido comunitario, son sus motivaciones principales. Por último, el deportista “social”, una figura nueva que usa el deporte como medio de integración y de trabajo en el campo social, sostiene proyectos deportivos sociales contra todo tipo de discriminación, a favor de la paz, de la cooperación y del desarrollo, en defensa de la ecología.

“JUEGO LIMPIO” Y “FRATERNIDAD”. SINONIMOS’

Hablar de fraternidad en el ámbito deportivo evoca inmediatamente y universalmente un llamado a un concepto conocido y difundido en el mundo del deporte, el “juego limpio”. No pensamos que la fraternidad represente ni la expresión religiosa (cristiana) de tal concepto, ni la forma particularmente noble de la lealtad deportiva. Para precisar este concepto y subrayar la diferencia entre el “juego limpio” y la fraternidad puede ser muy útil el tratar de nombrar los valores universalmente referidos al deporte.

Nos podemos preguntar si el “juego limpio” representa, en este sentido, el valor más alto. Compartimos el juicio de cuantos28 piensan que no lo es. Dando por descontado que si, en cambio, el hombre constituya el valor supremo del deporte, todos los demás valores resultan secundarios a este valor principal y sirven para reforzarlo. Dado que el hombre –como decía Kant en la Fundación de la metafísica de las costumbres– en el deporte es un valor no-relativo, al contrario de los demás, el “juego limpio” y todos los otros valores morales influyen sobre el comportamiento de las realidades y de las personas que están vinculadas con el deporte. Por tanto, los principios morales no constituyen los valores más altos, ni en el caso de la religión (donde es Dios), ni en el del deporte (donde es el hombre). Y es justamente para satisfacer, de alguna forma, las necesidades biológicas y culturales del hombre que se inventó la práctica deportiva.

Después, la esencia del deporte, o mejor la esencia de una disciplina deportiva en particular, la constituyen sus normas y sus reglamentos, como segundo valor de referencia. Son los que definen su identidad, su carácter, sus cualidades y principios de rivalidad y constituyen su más completa y coherente definición. Los reglamentos han transformado progresivamente los pasatiempos y los han convertido en verdaderas disciplinas deportivas. Hoy, e incluso desde los orígenes, los deportes modernos sufren de una ambivalencia de fondo: por un lado, de hecho, constituyen una de las expresiones del proceso de civilización de la vida social que comporta un creciente autocontrol y, por otro lado, ofrecen una válvula de escape de los instintos y de las tensiones, aunque sea en una forma reglamentada. De esta manera, se puede hablar del deporte como de un invento típicamente moderno de “descontrol controlado”29. Hoy, el principio “decouverniano” que tiene que ver con los Juegos Olímpicos, que afirma que lo que importa no es vencer sino participar, no se aplica al deporte orientado al resultado (olímpico, profesional, espectacular) que se presenta muy desvinculado de cualquier referencia a los principios del “juego limpio”.

Entre los valores de referencia en el deporte, junto al hombre y a las reglas deportivas, el tercer valor está representado por las habilidades y el adiestramiento apropiado para una determinada disciplina, cualidades que favorecen un eficaz enfrentamiento competitivo. Sólo la preparación para la competencia y el ejercicio de la rivalidad se pueden influenciar en alto grado por los principios del “juego limpio”. La actividad deportiva se puede desarrollar independientemente de éstos, observando sencillamente los paradigmas de las normas y de los reglamentos de las disciplinas pero, en tal caso, tenemos que ver solamente con hechos de carácter pragmático, que tienen que ver sólo con la eficacia de las actividades. Los principios del “juego limpio” enriquecen las reglas y humanizan las competencias deportivas impregnándolas de sustancia moral. Estas representan un valor no formal, una convención a la que espontáneamente se puede adherir, basada en la intuición del bien; una convención puesta más allá de las rígidas determinaciones de las reglas de las disciplinas deportivas, pero en ellas inmanente. Como consecuencia, como ya habíamos aludido, el deporte se puede convertir, gracias al “juego limpio”, en un fenómeno moral, muy importante desde el punto de vista social: un constante y eficaz supervisor de la honestidad y de la bondad.

LA FRATERNIDAD EN EL DEPORTE COMO METODO, CONTENIDO Y FIN

Una vez comprendido el valor moral del “juego limpio”, nos podemos preguntar si, en cambio, la fraternidad sea, o pueda convertirse y de qué forma, en una categoría constitutiva, un paradigma del deporte y no sólo una actitud ética, una norma moral. Si la fraternidad es patrimonio de la humanidad y, por tanto, es capaz de interrogar e involucrar incluso a los hombres sin puntos de referencia religiosos, dado que es un vínculo fundamental y universal inscrito en el DNA de cada hombre, parece que verdaderamente el deporte posee recursos importantes para ayudar a orientar la convivencia entre los hombres hacia la fraternidad. Si la libertad y la igualdad le dan un toque cualitativo a las relaciones entre los deportistas –la libertad inspira la expresión del propio talento deportivo y la igualdad dicta las condiciones para un enfrentamiento abierto y constructivo30-, la fraternidad es la meta misma de la relación social entre las personas.

Queremos imaginar que la fraternidad no sea algo que, desde lo externo, se añada al deporte, sino como algo que se injerte directamente en sus métodos, contenidos y fines, y tenga consecuencias concretas en la planificación y en el desarrollo cotidiano de las actividades deportivas. Aún más, se pueda revelar como categoría fundacional que rija la dimensión global que hoy tiene el deporte.

Poniendo la fraternidad como método, ésta puede representar, en relación al “juego limpio” que tiene, con frecuencia, una fachada ineficaz, un valor añadido, capaz de abrir horizontes nuevos a la dimensión competitiva, central para el desafío consigo mismo y con los demás que el deporte propone. La fraternidad, vivida en el deporte aporta la flexibilidad que evita cualquier forma de rigidez; la inclusión, en vez de exclusión; el diálogo, que rompe el monólogo; la integración, que acaba la dependencia. Esta promueve el esfuerzo y deja de lado la falta de compromiso y la pasividad; anima la toma de responsabilidad e invita a evitar la superficialidad. En la compleja red de intereses que hoy, en el deporte en todos los niveles, se yuxtaponen y se contaminan recíprocamente, la fraternidad no es sencillamente un respeto formal de las reglas, sino una familiarización con el otro, es tensión a mantener juntas y a valorizar las exigencias que, de otra manera, corren el riesgo de convertirse en conflictos insanables.

Como método, la fraternidad tiene que ver, en primer lugar, con las relaciones interpersonales y podríamos tan sólo imaginar los efectos que ésa podría producir si se aplicara al plano de las relaciones entre las diferentes organizaciones deportivas; entre éstas y las instituciones internacionales y locales; entre las distintas agencias deportivas y así sucesivamente.

Pero la fraternidad no toca sólo el plano del método, hay que conjugarla –y es esencial- dentro de los contenidos de la cultura deportiva. Tratemos de descubrir algunas posibilidades.

Hoy, el deporte está estrechamente entrelazado con el desarrollo económico: la exasperada comercialización del deporte corre el riesgo de vincularlo exclusivamente a sus intereses. La fraternidad es el punto de referencia cardinal que puede ayudar para que esa red sea constructiva y respetuosa de los valores aportados por el deporte, empezando con la distribución equitativa de los recursos económicos que hoy están a disposición de los deportistas por parte de los patrocinadores, gracias al mercadeo y a los derechos televisivos. En este sentido, un porcentaje obligatorio de tales recursos iría a la formación y a la puesta en marcha de programas de deporte para las generaciones más jóvenes. Así como una parte podría ser destinada a proyectos deportivos de interés social, locales, o en países en vía desarrollo, promoviendo, por ejemplo, proyectos de adopción a distancia de sociedades deportivas que establezcan relaciones con sociedades deportivas con menores recursos. En fin, no hay que olvidar la necesidad de garantizarle al deporte su ineludible connotación lúdica: promoviendo la dimensión de gratuidad que significa ayudar al hombre a liberarse de la tendencia al utilitarismo, al apego idolátrico al trabajo y, además, a responder a las exigencias del espíritu.

La actividad deportiva olímpica pretende proponerse como recurso de autoridad para la construcción de la paz. El deporte “por su universalidad se presenta, en el plano internacional, como un medio de fraternidad y de paz”32. Sin embargo, nadie se ilusiona con la idea de que el deporte por sí solo lleve la paz: “el valor simbólico en favor de la paz no nace por sí sólo en el deporte. Existe el peligro de que el deporte pueda llevar a la violencia, si se pierden el sentido del equilibrio y de la solidaridad, de la cooperación y de la ordenada competencia entre los mismos deportistas. Sólo cuando los mismos deportistas, durante las competencias, hagan propio el tema de la paz, podrán dar testimonio, en el curso de un evento deportivo, de cómo se puede ser constructores de paz. Sólo entonces serán creíbles”33. Educar al deporte no significa ni siquiera, automáticamente, educar a los valores: “se interiorizan los valores si los vivimos”. Pero, si los vivimos en la fraternidad “el deporte puede dar un válido y fecundo aporte a la pacífica coexistencia de todos los pueblos, mas allá de cualquier discriminación de raza, de lengua y de nación”36.

La puesta en práctica de la fraternidad ayudará a que los ámbitos de la actividad motriz, como las escuelas o las sociedades deportivas, no se consideren como sencillas sumas de muchas individualidades, ni como un caótico cruce de recorridos casuales, sino como una composición y recomposición de una comunidad. La fraternidad en el deporte favorece la supresión de cualquier forma de marginación, modula las relaciones pacíficas en medio de la diversidad, donde el deseo de renovar las propias raíces pasa de ser un presupuesto de diálogo a un diálogo verdadero, único y eficaz remedio para un racismo que es difícil de erradicar. Tal conciencia social del deporte, para ser creíble y fértil, necesita que los deportistas, los formadores, los dirigentes y los padres de familia, la pongan en práctica. Y si el deporte se practica, en el contexto competitivo, como una forma para exaltar la dignidad de la persona, éste se puede convertir en un vehículo de fraternidad y de amistad también para todos aquellos que asisten a él”37.

En el deporte, la derrota y la victoria son situaciones normales de la vida cotidianas. La vivencia de la fraternidad puede favorecer el surgimiento de una cultura de la derrota para generar una nueva cultura de la victoria; el aprender a saber perder para saber vencer. De frente al imperativo tan difundido hoy del “no límite” por el que la actividad deportiva impone la “sumisión del cuerpo al dictamen de la prestación del servicio, al imperativo del rendimiento y de la eficacia cuantitativamente medible”38, la fraternidad puede alimentar una nueva cultura del límite y de la derrota, no entendida como “un parada en la carrera hacia la meta”39. “Es necesario esforzarse por transformarla en una reacumulación de energías, primero psíquicas o nerviosas y después físicas” 40. Para comprender mejor, nos puede ayudar este pensamiento de Chiara Lubich: “Solo de la donación, del amor, nace la alegría interior, más transparente, más pura, para quien vence (si igualmente ha luchado y vencido por amor) y para quien pierde (si igualmente ha luchado y perdido por amor). Entonces, el deporte se vuelve auténtico y será elevado a su dignidad en el campo social. Podrá contribuir a recrear a los hombres en esta civilización tan estresante, y ser un elemento de afinidad, de fraternidad y de paz entre los pueblos y las naciones” 41.

Con estos presupuestos se afrontan, con esperanza de victoria, batallas importantes como la que se combate contra el doping o contra cualquier otra forma de fraude presente en el deporte.

La actividad deportiva tiene un valor notoriamente positivo para la salud. Por tanto, si orientamos los contenidos de la fraternidad a la salud, es decir, a una salud entendida como bien social, puede crecer la atención por una salud más dinámica que va más allá de la sencilla ausencia de enfermedades para proyectar al deportista hacia un descubrimiento y una valoración del cuerpo propio y del de los demás, con consecuencias importantes también en el plano psicológico, espiritual y comunitario. Se abre así la vía hacia una salud integrada, un estar bien consigo mismo, con los demás, con el ambiente, en línea, justamente, con una más amplia salud social. Si la salud es un bien primario y el deporte es un medio para alcanzarla y conservarla, el principio de fraternidad invita a las instituciones a comprometerse con el fin de que se favorezca universalmente el acceso al deporte y sea reconocido como un derecho para todos, empezando por garantizarle el derecho al juego a los niños y a los muchachos.

Gracias a un espíritu de fraternidad, a la par con el ambiente natural, también cada espacio e instalación deportiva tendría que ser acogedora, armoniosa e inspirada en los cánones universales de la belleza, capaces de favorecer, para cada uno de los practicantes, el mejor conocimiento y la mejor expresión de sus propios talentos. De todas maneras, el mejor ambiente es aquel en el que encuentran un clima de confianza y de respeto recíproco. También el uso de instrumentos no codificados o instrumentos en la práctica deportiva puede integrarse mejor en las prácticas de las actividades motrices, en el ambiente natural. El gesto deportivo mismo es, con frecuencia, de una belleza incomparable: la valoración de éste es fundamental para relanzar el deporte no solamente en términos morales, sino también estéticos.

El deporte tiene un valor insustituible en el proceso educativo: la particularidad y la riqueza de todas las disciplinas exigen que éstas sean conocidas y practicadas por muchos, con el objetivo de que cada uno pueda medir sus propias y específicas cualidades y expresar los propios y característicos talentos. Si la pedagogía deportiva es iluminada por la fraternidad, el deporte se puede convertir en una auténtica escuela de vida, con proyectos deportivos orientados a enseñar valores claves, poniendo el objetivo sobre el desarrollo de la persona humana y no sólo en las cualidades motrices específicas. “El deporte -expresaba Chiara Lubich en su mensaje al Congreso de “Sportmeet” en el 2004- puede revelar la dimensión esencial del hombre ya sea como ser finito, de frente a dificultades y derrotas; o como ser llamado al infinito, capaz de superar sus propios límites”42.

La actividad física es una comunicación no verbal rica de significado: en ésta, la personalidad de los practicantes se debe poder expresar en su originalidad, más allá de las palabras. La estrecha relación entre el deporte y la comunicación ha tenido resultados positivos para ambas, pero la fraternidad puede ser la clave para que la exagerada espectacularización no le quite el verdadero valor a la práctica deportiva en sí misma y le dé un espacio adecuado y equilibrado a las distintas disciplinas, superando, por ejemplo, la tentación del monopolio futbolístico. Junto a la expresión de la persona, a la manifestación de su distinción, el deporte puede ser un importante vehículo de conocimiento y de relación, pero esta dimensión debe estar unida a la fraternidad. Entonces, el deporte puede ser un espacio de construcción de relaciones profundas, incluso para alcanzar una unidad espiritual.

La política, por su parte, si está orientada a la fraternidad, tendrá la tarea de garantizar a los distintos aspectos, que las normas y los recursos económicos se gestionarán en el modo más eficaz.

En lo que se refiere a las finalidades del deporte, la fraternidad le proporciona a éste la necesaria humildad, poniendo su finalidad en algo fuera de él. Un deporte orientado a la fraternidad tiene como fin el de contribuir eficazmente, junto con las otras realidades humanas, al crecimiento integral y armonioso de la persona humana en la realización del designio sobre la humanidad y en la construcción de la unidad de la familia humana.

Juan Pablo II fue un maestro al subrayar con una gran lucidez la centralidad de la persona: “El deporte es una actividad que implica mucho más que un movimiento físico, exige el uso de la inteligencia y la disciplina de la voluntad. Revela la maravillosa estructura de la persona humana creada por Dios como ser espiritual, una unidad de cuerpo y de espíritu. La actividad atlética puede ser una ayuda para cada hombre y para cada mujer pues nos recuerda el momento en el que Dios Creador dio origen a la persona humana, la obra de arte de la entera creación”43.

Sus palabras asumen un tono programático y profético e indican muy bien cuáles son los fines del deporte a la luz de la fraternidad: “El deporte responde, sin desnaturalizarse, a las exigencias de nuestros tiempos: un deporte que proteja a los débiles y no excluya a nadie, que libere a lo jóvenes de las insidias de la apatía y de la indiferencia, y suscite en ellos una sana competencia; un deporte que sea factor de emancipación de los Países más pobres y una ayuda para acabar con la intolerancia y para construir un mundo más fraterno y solidario; un deporte que contribuya a amar la vida, eduque al sacrificio, al respeto y a la responsabilidad, llevando a la plena valorización de toda persona humana”44.

En los documentos finales del Año Internacional del Deporte y de la Educación Física se sostiene que el “poder del deporte se puede usar como instrumento para prevenir los conflictos, así como para construir una paz duradera. La actividad deportiva promueve la integración social y educa en la tolerancia”45. Y aun más “el deporte es un medio que ayuda a formar el carácter y la personalidad y prepara los jóvenes para afrontar los desafíos de un mundo competitivo46.

La fraternidad es un designio global que tiene que ver con la convivencia entre los pueblos, entre las etnias y las culturas de la tierra y, por tanto, necesita de instituciones deportivas internacionales no sólo plenamente democráticas, sino inspiradas en la fraternidad universal. De la misma forma, en cadena, es necesario que lo mismo suceda en las instituciones locales, hasta llegar a motivar a cada una de las personas del mundo del deporte para que den su propia e insustituible contribución como instructores, dirigentes, profesores o padres de familia.

Para concluir: promover la fraternidad en el deporte es un proyecto que implica las distintas agencias culturales del deporte, en primer lugar los centros universitarios donde tienen que ayudar a difundir esta cultura. Los objetivos son los de poder individuar no sólo los más eficaces sinónimos útiles para ilustrar los múltiples rostros de la fraternidad en el lenguaje propio de cada disciplina sino, sobre todo, de elaborar en el plano cultural caminos de fraternidad para llevar a la práctica, en los distintos campos inherentes, el deporte.

Paolo Crepaz y Alois Hechenberger

Notas bibliográficas

Transcribimos el texto de la ponencia introductiva del Seminario –realizado en Roma el 3 de septiembre de 2006- sobre Deporte y fraternidad dirigido a un grupo interdisciplinario europeo de docentes universitarios en el campo deportivo, promovido por “Sportmeet”.

  1. C. Lubich, Mensaje al Congreso “Ciudades por la unidad”, Rosario (Argentina), 2 de junio de 2005.
  2. “(Se entiende como deporte) cualquier forma de actividad física que, por medio de una actividad física organizada o no, tenga por objetivo la expresión o el mejoramiento de la condición física o psicológica, junto con el desarrollo de las relaciones sociales o la obtención de resultados en competiciones en todos los niveles”, Carta Europea del Deporte – Consejo de Europa, Rodi 1992.
  3. “El deporte es un vehículo de valores sociales y educativos, por lo que esencialmente hay que verlo como un factor de comprensión internacional e instrumento de paz”, Documento final de XII Foro Europeo del Deporte, 21 – 22 de noviembre de 2003.
  4. Cf. Il sito web www.eyes-2004.info.
  5. C. Graf, Childrens Health International Trial (CHILT). Introducción. Instituto Superior de Educación Física, Colonia 2002, págs. 1 y sig.
  6. Cf. Il sito web www.eyes-2004.info.
  7. Ibid.
  8. Ibid.
  9. Fonte franciscane, Padua 1989, p. 178
  10. M. K. Ghandi, Antiche come le montagne, Milán, 1970, pág. 162
  11. M. L. King, Discurso en la vigilia de la Navidad 1967, Atlanta, cit. en Il fronte della coscienza, Turín, 1968, p. 2.
  12. Gaudium et Spes, n. 24.
  13. Ibid., n. 3
  14. S. Palumbieri, Homo planetarius, in M. Mantovani – S. Thuruthiyil (ed.), Cuál globalización?, Roma, 2000, p. 245.
  15. Art. 1.
  16. Entrevista de A. M. Baggio a F. Pizzolato, en “Città nuova”, 15-16/2003, págs. 54, 55.
  17. Ibid., p. 55.
  18. C. Lubich, Mensaje en la primera jornada mundial de la Interdependencia, Filadelfia, septiembre de 2003.
  19. Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada mundial del migrante y del refugiado, Roma, 2005.
  20. C. Lubich, Ho un sogno, en “Città nuova”, 23/1999; en especial Chiara Lubich expresa la riqueza de ese horizonte intercultural cuando escribe: “Sueño un acercamiento y enriquecimiento recíproco entre las varias culturas en el mundo, de tal manera que dan origen a una cultura mundial que lleve al primer plano aquellos valores que siempre han sido la verdadera riqueza de los pueblos singularmente y que éstos toman como riqueza sabiduría global”.
  21. Cf. el sitio web www.gwu.edu/~ccps/dwu_positionpaper_italian.html.
  22. B. Jeu, Le sport, la mort, la violence, PUF, París, 1976.
  23. “La primera característica del espíritu olímpico antiguo como del moderno e la de ser una religión”, en A. Lombardo, Pierre de Coubertin, ediciones RAI-ERI, Roma, 2000, p. 189.
  24. Ibid.
  25. L. C. Cole, Budy studies in the sociology of sport: a review o the field, in J. Coackley- E. Dunning (ed.), Handbook of Sport Studies, Sage, Londra, 2000, págs. 439 – 460.
  26. K. Heinemann – N. Puig, Lo sport verso il 2000. Trasformazione dei modelli sportivi nelle società sviluppate, in “Sport & Loisir. Stoire, pratiche, culture”, 1/1 (1996).
  27. B. Vanreusel, Relazione al congresso Sport & Joy. Con lo sport autentico corre la gioia, Trento, 17 de septiembre de 2005.
  28. J. Kosiewicz, Relazione, al congreso del Movimiento Europeo del “Juego Limpio”, EFPM), Viena, 8 de septiembre de 2004.
  29. N. Elias – E. Dunning, Sport ed aggressività, Il Mulino, Bologna, 1988, p. 155.
  30. “Por tanto, la primera característica que distingue los deportes modernos, es que son mucho más abuertis que los deportes prmitivos de la antiguedad. La segunda caracterítica es la igualdad en el doble significado que este complejo concepto tiene: 1) en principio, todos tienen que tener la oportunidad de competir; 2) las condiciones de la competencia tienen que ser las mismas para todos los competidores. En la práctica actual existen numerosas desigualdades y tendremos que trabajar muòcho si quisiéramos dejara a un lado el modelo teórico para analizar el estado actual de las cosas. A pesar de todo, el principio es claro: Los deportes modernos presuponen la igualdad”. A. Guttmann, Dal rituale al record, la natura degli sport moderni, Edizione Scientifiche Italiane, Napoli, 1994, págs. 38, 39.
  31. El deporte ofrece la ocasión de “una mejor comprensión recíproca y de amistad para construir un mundo mejor y más pacífico”, Carta Olímpica.
  32. Manifiesto de los deportistas. Jubileo internacional de los deportistas, Roma, 12 de abril de 1984.
  33. K. Dietrich, Sportler für den Frieden, S-Güldenpfenning – H. Mejer (Hrsg.), 1983, p. 20.
  1. “No está dicho que el movimiento y el deporte se enseñen a los jóvenes de tal manera que se desarrollen los valores considerados positivos por la sociedad. La puesta en práctica en el campo didáctico exige el conocimiento de los vínculos entre las actividades deportivas y los valores”.K. Kleiner, “Bewegungserziehung”, 5/2003, Wien, p.. 28.
  2. Ibid., p. 32.
  3. Juan Pablo II, Discuro en el Jubileo internacional del deporte, Roma, 12 abril de 1984.
  4. Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General
  5. Ibid., p. 108.
  6. Giovanni Paolo II, Discurso para los Campeonatos Mundiales de Atletismo de velocidad, 2 de septiembre de 1987.
  7. Giovanni Paolo II, Homilía en el Jubileo de los deportistas, Roma, 2000, n. 3.
  8. Report fron the United Nations Inter-Agency Task Force on Sport for Development and Peace, 2003, p. 15.
  9. Ibid.

Nueva Humanidad

XXVIII (2006/6) 68, págs. 743 – 762