Cambiar las cosas cuidando de cada persona
Alberto Sturla
Del Noticiario "Economía de Comunión - una cultura nueva" n.41 - Julio 2015
Del 26 al 31 de mayo tuve la oportunidad de participar en el quinto congreso internacional de Economía de Comunión. Inicialmente participé en los trabajos como un simple curioso. Pero ahora que escribo, me doy cuenta de que alguien tenía que representar a la Liguria, la región italiana de la que vengo y en la que se ubican algunas realidades significativas de la EdC a nivel nacional e internacional.
En primer lugar, me fascinó la diversidad de las empresas: desde una sociedad por acciones hasta una pequeña empresa agrícola, y desde un banco hasta una papelería. No existen dimensiones económicas mínimas para la EdC. Es una “vocación” que compromete al empresario allí donde se encuentra, con los medios que tiene a su disposición. A esta diversidad estructural hay que añadir la creatividad con la que se expresa el compromiso con los pobres y con la comunidad. Se ve cómo los empresarios no interpretan este compromiso de modo uniforme, sino que lo declinan de forma original según los diferentes contextos.
Hay empresas que donan parte de la producción a los pobres de su zona, otras que, autofinanciándose, prestan servicios que nadie más prestaría, y otras que son protagonistas de proyectos de desarrollo local. Hay innumerables ejemplos de acciones concretas.
Me impresionó oír a empresarios competentes hablar del don, la gratuidad, la confianza y la providencia. Conceptos que eran completamente ajenos al discurso económico y ahora llaman la atención de la comunidad productiva y científica, gracias a la actividad constante y silenciosa de algunos centenares de empresas, casi todas ellas pequeñas, cuando no microscópicas, esparcidas por todo el mundo.
Para estas empresas, unirse a la EdC no significa exhibir una certificación o un sello de calidad (que no existe y a mi juicio es mejor que así sea), ni tampoco lavar la conciencia con acciones filantrópicas de las que, por lo demás, están llenos los balances sociales de ciertas multinacionales que son responsables directas de muchas aberraciones. Significa, por el contrario, intentar cambiar las cosas de la única manera posible: cuidando de cada persona.
Tuve la oportunidad de apreciar cómo, junto a la práctica, se está desarrollando una sólida teoría que ya empieza a ser reconocida por la corriente dominante, aunque sea tímidamente. Sin olvidar que “La EdC es para los pobres, no para los profesores” como dijo Chiara Lubich.
Por último, me llevo la belleza de la naturaleza africana, en la que pude sumergirme unos días antes del congreso, precisamente en los mismos lugares en los que, en épocas muy remotas, el hombre que todavía no era Hombre aprendió la cooperación. Lo llevamos escrito en nuestro ADN: los empresarios de la EdC nos recuerdan con sus actos las cosas que verdaderamente importan.